Qué me iba a preocupar yo,
si al fin podía estar bajo la lluvia,
en la selva
y completamente desnuda.
Qué me iba a preocupar yo,
por recobrar mi desnudez,
si al fin podía ser yo.
Qué me iba a preocupar yo,
por este sueño mío.
Si al decidir desnudarme,
el agua llegaba de tan largo viaje
y directo a nuestra cita.
Qué me iba a preocupar yo,
por vestir ropa que podría cubrir tanta vergüenza,
si la piel que visto era besada
por cada fresca y cálida gota de lluvia.
Qué me iba a preocupar yo,
si para poder encontrarnos,
incontables gotas fertilizaron, nadaron, y volaron,
hasta caer desde el cielo a mi piel.
Qué me iba a preocupar yo, si
tanto tuvo que pasar
para que nos volviéramos a encontrar.
Tanto tuvo que pasar
para que me volviera a encontrar.
Porque sólo bastaba
con que yo deseara este reencuentro,
para vivirlo.
Sólo debía dejar
todo aquello que me impidiera respirar,
desde adentro hacia afuera.
Y así, desnudarme para ser
y vivir una de mis tantas verdades.
Para ir a mi encuentro
sin absolutamente nada más,
que yo.
Para sentir cómo la tierra mojada,
también traviesa,
me sostiene y alienta a seguir mis pasos.
Para sentir que podía ser yo;
humana, mujer,
niña, madre, abuela,
hija de la tierra,
ninfa, diosa
y mi propia medicina.
Si bien en un comienzo,
y por no creerme esta locura de cumplir mis sueños,
decidí abandonar la cita.
Al hacerlo,
extrañé con el alma esta sensación de plenitud,
por lo que no pude resistirme y regresé rápidamente,
para seguir siendo yo.
Qué me iba a preocupar yo,
por ser yo,
si es todo lo que soy, tengo,
y lo que vine a experimentar.
Sí,
ser yo,
tal y como son todos los seres del bosque
que me acompañaron esa tarde.
–
A mi otro yo, el Agua.
Y a la verdad que habita en cada uno de nosotros.
Gracias por tu verdad, gracias por tu viaje.
Costa Rica, 18 de agosto 2019.